Durante el fin de semana del 21 al 23 de febrero se ha celebrado en el Vaticano el Jubileo de los diáconos permanentes. Los cinco diáconos de la Diócesis de Jaén han acudido a ganar el Jubileo junto con sus esposas. En el transcurso de dicho evento que ha congregado a más de 3.000 diáconos de todo el mundo se realizaron, por deseo del Papa Francisco, las órdenes de un grupo de aspirantes elegidos por sorteo de entre todos los posibles, de distintos países de los cinco Continentes.
Arropado por el Obispo de Jaén, Monseñor Chico Martínez; algunos de los formadores del diaconado permanente, así como los diáconos permanentes, recibió el orden diaconal el jiennense Manuel Rico Teba.
Fue en la basílica de San Pedro de el Vaticano, junto con otros 23 aspirantes al diaconado de todo el mundo. En una celebración presidia por Monseñor Rino Fisichella, arzobispo pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, al no poder estar presente el Santo Padre por su hospitalización a causa de una neumonía.
Ser apóstoles del perdón, servidores abnegados de los hermanos y constructores de comunión. Es el deseo expresado por Monseñor Rino Fisichella, la celebración eucarística en la conclusión del Jubileo de los Diáconos.
Durante la misa que marcó el final del cuarto de los grandes acontecimientos jubilares – en Roma peregrinaban estos días casi cuatro mil diáconos permanentes – veintitrés recibieron el sagrado orden del diaconado, dos de Brasil, seis de Colombia, uno de Francia, tres de Italia, tres de México, dos de Polonia, tres de España y otros tantos de Estados Unidos.

«En la celebración eucarística sentimos al Papa Francisco – aunque en la cama de hospital – cercano y presente en medio de nosotros y esto – dijo monseñor Fisichella – nos obliga a hacer aún más fuerte e intensa nuestra oración para que el Señor lo asista en su momento de prueba y enfermedad».
A continuación, el arzobispo inició la lectura de la homilía preparada por el Santo Padre, invitando a la reflexión a partir de las lecturas que se acababan de escuchar y de la palabra clave «gratuidad», «dimensión fundamental de la vida cristiana» y del ministerio del diaconado, en particular bajo tres aspectos: el perdón, el servicio desinteresado y la comunión.
Monseñor Fisichella durante la misa expresó, a propósito del Evangelio dominical que, el perdón, cuyo anuncio es «una tarea esencial del diácono», pero también «un elemento indispensable para todo camino eclesial» y «una condición para toda convivencia humana».
Cuando Jesús dice «Amen a sus enemigos», muestra la necesidad del perdón y de las relaciones: si queremos «crecer juntos, compartiendo luces y sombras», «los éxitos y los fracasos de cada uno», no podemos excluir de nuestro amor «ni siquiera a los que nos golpean y nos traicionan», dijo el arzobispo.
Por otra parte, un mundo en el que sólo hay odio hacia los adversarios es un mundo «sin esperanza» ni futuro, destinado a ser «desgarrado» por guerras interminables, divisiones y venganzas.
Perdonar, por tanto, significa preparar para el futuro «un hogar acogedor y seguro, en nosotros y en nuestras comunidades». En todo esto, el diácono, proyectado en virtud de su ministerio hacia las periferias del mundo, se compromete a ver en todos, «incluso en quien se equivoca y causa sufrimiento», una hermana y un hermano «heridos en el alma», y por tanto necesitados más que nadie de «reconciliación, guía y ayuda».
El segundo aspecto analizado por el pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, el servicio desinteresado, expresado en el Evangelio por la invitación a hacer el bien «sin esperar nada».
Palabras impregnadas del «buena perfume de la amistad», actitud que no es un «aspecto accesorio» de las acciones del diácono, sino una «dimensión sustancial de su ser» como persona consagrada en el ministerio, «escultor» y «pintor» del rostro misericordioso del Padre y «testigo» del misterio de Dios-Trinidad.
El prelado, leyendo la homilía del Santo Padre, rastreó numerosos pasajes evangélicos en los que Jesús habla de sí mismo bajo esta luz: después de haber lavado los pies a los apóstoles («el que me ha visto a mí, ha visto al Padre»), al instituir la Eucaristía («yo estoy entre ustedes como el que sirve») y cuando, camino de Jerusalén, a los discípulos que discutían entre sí sobre quién era el más grande, les había explicado que «el Hijo del hombre […] no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
De ahí la exhortación del Papa – en su homilía leída por monseñor Rino Fisichella – a los diáconos a acompañar el trabajo gratuito realizado «con una sonrisa», sin quejas y sin «buscar reconocimiento», apoyándose unos a otros, incluso en las relaciones con obispos y presbíteros.
Así, la acción «concordante y generosa» – leyó monseñor Fisichella – será un «puente» que conectará «el altar con la calle» y «la Eucaristía con la vida cotidiana de la gente»; la caridad será la «liturgia más bella» y la liturgia el servicio «más humilde».
De ahí la última declinación de la gratuidad como «fuente de comunión»: dar sin pedir nada a cambio «une y crea vínculos», porque expresa y alimenta un «estar juntos» que tiene como meta «el don de sí y el bien de las personas».
Siguiendo el ejemplo del patrono San Lorenzo – que cuando sus acusadores le pidieron que les entregara los tesoros de la Iglesia, les mostró a los pobres y les dijo: «¡Aquí están nuestros tesoros!» – se comprende cómo se construye la comunión: expresando al hermano y a la hermana con palabras, pero sobre todo con obras, personalmente y como comunidad, la medida del propio valor.
«Esto es lo que hacen ustedes, maridos, padres y abuelos que están dispuestos, en el servicio, a extender sus familias a los necesitados, dondequiera que vivan», subrayó el arzobispo a los diáconos presentes, aclarando que su misión, que los «saca» de la sociedad para reintroducirlos en ella, haciéndola cada vez más «un lugar acogedor y abierto a todos», es una de las expresiones más bellas de una Iglesia sinodal y «en salida».

A los que pronto recibirían el sacramento del Orden, monseñor Rino Fisichella leyó que el Papa les recuerda en su homilía que descenderían y no ascenderían los peldaños del ministerio, porque con la ordenación «no se asciende, sino que se desciende, uno se hace pequeño, se abaja y se despoja» para abandonar, en el servicio, al «hombre de la tierra», y revestirse, en la caridad, del «hombre del cielo».
Junto con el resto de los aspirantes al diaconado permanente de todo el mundo, el jiennense Manuel Rico recibió el símbolo de este ministerio de la mano de Monseñor Fisichella, el Evangeliario, en un momento de emoción y unción seguido de cerca por su familia de sangre y la de fe, la Iglesia diocesana de Jaén.
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